8 de marzo. Uno de los días más simpáticos en la cultura de mi país. ¿Por qué? Por una desenfadada tradición de regalar flores a las mujeres. A tu compañera, a tu pareja, a la peluquera, a la persona que limpia la calle enfrente de tu portal cada miércoles, a las amigas de tu abuela, a cualquier chica que aprecias por una razón u otra. Y tú, mujer, acabas el día con un ramo de tulipanes sueltos y de diferentes colores regalados por desconocidos en la calle, hermanos, cuñados, el señor de la ORA o aquellos amigos tímidos de la clase que por una vez se pueden mostrar sin exponerse al ridículo y hacerte sonreír. Mola. Mola mucho.
¿ A quién de nosotras no le gusta sentirse mujer? Sentir que te cuidan, que te dejan en la puerta y esperan hasta que abres el portal por si acaso, sentir que te adoran, que te miran imperceptiblemente, que te sonríen al llegar, al pasar, al saludar. Sentir que generas emociones. Y no, no es vanidad. Es saber disfrutar de los destellos de gracia y bondad que generamos las mujeres por NO SER IGUALES, aunque a veces no queramos o no sepamos verlo.
Hace un año, tras escribir el artículo “Para Las Mujeres”, durante un tiempo me tenía que enfrentar a un cierto aislamiento social por parte de un grupo de personas de mi entorno por el “pecado” de atreverme a tener un punto de vista diferente, renunciando a la tiranía de lo políticamente correcto que no sirve para nada más que para aumentar la mediocridad de las personas, por cometer el “grave error” de animar a la reflexión a los que no quieren mirar hacia dentro jamás porque es más incómodo. Creedme, sé que lo es. Sin juzgar a nadie, sin comparar nadie con nadie, sin hablar mal de nadie, por decir que nuestros fracasos son responsabilidad nuestra, igual que nuestros logros, porque creo en eso firmemente, ergo, por ser alguien diferente.
Lo viví en silencio, con la cabeza bien alta y una sonrisa. Un año más tarde me reafirmo en todas y cada una de las palabras de ese texto. Un año más tarde, me siento mucho más madura y más mujer que chica y, más que nunca, segura de que lo último que quiero en esta vida es convertirme en una mediocre y una “etcétera” con el único fin de complacer a los demás.
Aunque soy muy consciente que el problema existe y a veces es muy grave y hay que actuar, en unos sitios más que en otros, yo en primera persona, gracias a Dios, sigo sin experimentar ningún acto de machismo. Tal vez lo veo todo con buenos ojos por la fuerza de creer que en las circunstancias actuales no hay quien me pueda prohibir pensar y razonar a mi manera ni quien pueda quitarme el derecho de reírme, de vivir plenamente, de plantarle cara a la vida, de ser intensa y decir las cosas a la cara, de trabajar mis éxitos y conseguirlos. Sea hombre o sea mujer.
Finjo mal. Siento a flor de piel o no siento nada. Aunque a ratos intento ir con el freno de mano echado, al final no me sale porque mi naturaleza no es la de vivir a medias y seguir manuales. Aunque he tardado muchos años en entenderlo, en entenderme….
Un año más tarde, ya no tengo miedo a que me critiquen y no paso mucho tiempo analizando lo que los demás puedan pensar de mi por ser yo. ¿Sabéis por qué? Porque cuando se acaba el día y me miro al espejo antes de acostarme, veo una persona que no intentó perjudicar ni hacer daño a nadie durante el día, que no se aprovechó de ninguna circunstancia ni puso ninguna trampa para poder lucirse y esconder sus inseguridades. Y, cuando duermo, descanso. Y, cuando me despierto, veo a una persona imperfecta pero que me cae bien, y que tiene ganas de encontrar gente cuando baje a la calle, buscando su coche que, una vez más, no se acuerda donde narices lo dejó aparcado.
Algunos que me conocen bien dicen que tengo un punto de hombre, tal vez por tener mi padre como ídolo, y, al mismo tiempo, todos ellos saben tratarme como lo que soy, una mujer.
Seamos hombres o seamos mujeres, somos personas. Personas con sueños, ilusiones, ventajas, desventajas, con nuestros placeres y nuestras preocupaciones, personas guapas, personas feas. Y, como personas, elegimos entre ser gente buena o ser gente mala, luchadora o mediocre, gente que se “come el ego con patatas y una cerveza fresca” o que deja a ese ego devorar su personalidad por unas insanas ambiciones. Gente egoísta o gente que se entrega a los demás hasta las entrañas sin esperar nada a cambio, malos y buenos padres y madres, gente que sabe querer bien o gente que se considera con pleno derecho sobre las personas que dice querer.
Elegimos ser “istas” u “osos”. Machistas, feministas,
racistas, clasistas, egoístas, sexistas o generosos, cariñosos, curiosos, chistosos,
hermosos, fabulosos, graciosos.
Somos personas y, por tanto, podemos decidir qué de todo esto queremos ser.
Depende de ti. Depende de él. Depende de ella. Depende de nosotros.
Esto es vivir señores.
Vive.
La Grusky
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